Normal 0 21 false false false MicrosoftInternetExplorer4 /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:»Tabla normal»; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:»»; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:»Times New Roman»; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} Sus manos suaves recorrían lentamente la quilla del bote abandonado y enterrado en la arena, como si al sentir la forma redondeada, sintiera por donde navegó. Sus dedos largos y finos, se podría decir casi nacarados, por la blancura y tersura de la piel, rozaban la madera rota…sintiendo cada línea que encontraba. Sus ojos claros y profundos, solo veían la suavidad…que solo una persona de corazón puro…podría encontrar en la imperfección. Mira en dirección a la escollera, y ve el faro abandonado, decide caminar hasta el, y observar de cerca lo que se vislumbra como una sombra. Una escalera desvencijada, invita tediosamente a subirla. Se pueden ver las telarañas y la tierra acumulada por décadas. Los peldaños antes pulidos y brillantes, están rotos y sin color. Una habitación pequeña, en donde solamente se ve una catrera, testigo mudo de la soledad fantasmal del lugar, se encuentra llena de fotos pegadas en la pared. Se puede apreciar fotos de pescadores y redes. Al mirar mas detenidamente una, se ve que es un muchacho joven, rondando los 30 años, con el típico gorro de lana que usa la gente de mar, para protegerse del viento frío. La mirada triste y distante la atrapa. Como si estuviera esperándola a ella, la imagen le trae recuerdos de su infancia en el pueblo. Antes de ir a estudiar biología marina. Decide llevarse la fotografía, y preguntar a los pescadores si lo reconocen. Al caminar por la playa desolada, no puede apartar de su mente la imagen del joven. Varias veces la mira, sin saber porque le atrae tanto esa mirada. Se sienta a descansar sobre una roca, la caparazón de una ostra le llama la atención, al mirarla se da cuenta porque. Tiene forma de corazón. Al tocarla, su suavidad le recuerda, cuando con su madre, recorrían las arenas revueltas de la playa luego de una tormenta, buscando caracolas rosadas. A lo lejos se ve un viejo, intentando sacar una red de pesca enterrada en la arena, sus esfuerzos eran casi cómicos, cada vez que tiraba, se caía al suelo. Decide charlar con el, y averiguar la historia del faro y sus fotografías. Buenas tardes buen hombre, -dice ella en un intento de acercamiento. Buenas tardes niña, -contesta el viejo. Al amagar agacharse y ayudarle, el viejo hace un gesto de suficiencia. –puedo solo niña. Al mirar atentamente su rostro, la barba, los ojos verdes, le resulta familiar el viejo. Como si lo conociera de más joven. Mi nombre es Marina, y usted es…-pregunta ella. El viejo se incorpora, da una pitada a su pipa marrón, que despide una aroma a chocolate suave y picante al mismo tiempo. La mira atentamente y sus ojos se van tornando de un color mas gris que verde. Ella se siente incómoda con su mirada, esta por dar media vuelta e irse, cuando el viejo dice…Moreno es mi nombre. ¿Ud. conoció la gente que trabajaba en el faro? Mucha gente trabajo en ese faro abandonado –sentenció el viejo. Encontré esta fotografía y quisiera saber si conocía al joven. Al mirar su mano y la fotografía que ella le ofrecía, la mirada del viejo se tornó más triste, como si recordara algo, algún recuerdo abandonado en su memoria. Una sonrisa se vislumbra en sus labios, mezcla de añoranza y vejez. Esa foto la hizo una muchacha, hace treinta años, -dice el viejo. La mano de la mujer desciende lentamente, sin comprender aún las palabras de él, mira la imagen en blanco y negro, sin entender. ¿ud. es el muchacho de la foto? –pregunta mirándolo fijamente. Si, una mujer hermosa, que vivía en el pueblo, a pocos kilómetros de aquí, me saco la foto. ¿Era su novia? –pregunta con una sonrisa. Nos enamoramos hace 30 años, nunca mas supe de ella. Yo entré en la legión extranjera y cuando regrese ya no vivía más aquí. La busque pero nunca pude dar con ella. Yo viví aquí hasta los 10 años, pero nunca lo vi a usted -contesta ella. Regresé hace 20 años y el faro ya estaba abandonado, la fotografía que encontró niña, la dejé por si alguna vez ella volvía –dice el viejo con una mirada abandonada. ¿Marina le gustaría ayudarme a sacar la red de la arena? Entre los dos en un rato quitan la red de la arena. ¿Le gustaría tomar un té conmigo? –pregunta él con una sonrisa de triunfo. Ella se hace mil preguntas en su mente mientras van caminando torpemente con la red a cuestas, al llegara su casa, se podría decir una choza de pescador, con una colección interminable de redes y mascarones de proa en la entrada del lugar, que denotan la cantidad de años que el viejo recorría las playas desenterrando tesoros. En la obscuridad de la choza, se puede ver a través de las paredes de caña. Y la arena filtrándose por ellas, amontonándose en los rincones. Mientras el viejo prepara el té, le pregunta, ¿ud que hace por estos lugares abandonados al viento niña? Quise recorrer los lugares donde camine de pequeña, ver la gente y sus costumbres, es una promesa que le hice a mi madre antes de morir –contesta ella. Ella ansiaba mucho que yo volviera aquí, sus mejores años los vivió en el pueblo, me contaba del faro y de los botes enterrados en la arena, quise verlos y recordar mi niñez. Estudié muchos años y recorrí muchas playas, pero siempre quise volver aquí, donde nací y viví mis primeros años. ¿Y su padre niña? –pregunta el viejo mientras sirve el té en dos tazas de lata abolladas por el uso. Nunca supe de él, solo se que se amaban mucho, pero tuvo que emprender viaje antes de saber que mi madre estaba embarazada y nunca más volvió. Mi madre espero diez años que regresara de su viaje. Quería que yo estudiara y decidió que debíamos partir. ¿Tiene alguna fotografía de su novia, Moreno? –le pide, mas que preguntar ella. De su camisa raída y parchada muchas veces, saca de un bolsillo una foto ajada, que se nota fue vista miles de veces por sus bordes gastados. Se ve una mujer, apoyada en la baranda el faro, mirando hacia el mar, se vislumbra en su rostro felicidad. Una mano delgada y blanca intentando acomodar su pelo largo y castaño, alborotado por el viento marino. Es ella, Elizabeth –dice el viejo, con un temblor de amor en su voz. La muchacha deja caer la foto al suelo, la brisa que se cuela por las paredes de la choza, empuja un puñado de arena sobre la fotografía. El atardecer rojizo iluminaba sus caras, el viejo al levantar la imagen de su amada, observa atentamente la mirada que la devuelve la mujer de la foto. Un sin fin de emociones surcan su rostro, al comprender, al entender, quien es la muchacha que lo mira con lágrimas en los ojos, y su mano estirada hacia el, en un mudo acercamiento. Hija mía –dice el viejo. El ocaso va terminando, su luz baña las costas de la bahía, un atardecer como muchos, y el faro, testigo sereno, de un amor eterno. Gab. 07/03/09